En principio, tanto para la más recalcitrante y burguesa oposición como para el más rancio y patotero chavismo, el periodismo en Venezuela es un territorio espeluznante donde se libran batallas alrededor de «verdades» prefabricadas.
Veremos entonces que Mario Silva es el sacerdote maldito de la «verdad» que se fabrica desde el emporio de la alta jerarquía gubernamental; así como Leopoldo Castillo, el «ciudadano» de Globovisión, es uno de los capitanes telepolíticos de ese antichavismo masoquista más impaciente y morboso.
En medio de estos dos puntos en tensión se desplaza la corriente de un mito de amplia resonancia sacralizado como la «polarización» entre chavistas y opositores. Aquí, cabría preguntarse si tal polarización, más que una característica genuina de la deriva política venezolana, no será muy en el fondo una astuta manera de capitalizar espíritus en medio del enfrentamiento ideológico.
Si usted no es adepto a Mario Silva y no justifica todas y cada de sus barbaridades y abusos, entonces usted es un escuálido fascista, agente de la CIA y traidor a la patria del socialismo. Si por el contrario, no es usted un defensor a ultranza de las televisoras de combate político antichavista, entonces es usted un despreciable «tierrúo» y «tarifado» del chavismo más «barriobajero».
En este cuadro de maniqueísmo político quedaron atrapados, no solo el periodismo de opinión que ya de por sí ha tenido un protagonismo enfermizo, sino tambièn el periodismo audiovisual secuestrado por las políticas editoriales de las altas jerarquías televisivas.
Una paradoja que condujo al fracaso de la telepolítica (por cierto ¿dónde está el «movimiento estudiantil»?), fue esa permeabilidad patológica entre el show mediático de concentraciones, pitos y gorritas, y el hábito tradicional del consumo publicitario y telenovelístico.
Hasta el sol de hoy, nadie sabe si lo que defendió la oposición telepolítica a raíz del cierre de RCTV, fue la democracia como libertad de expresión o la libertad de expresión como el derecho a ver «tu telenovela favorita», tal como lo planteó aquel slogan difundidísimo en pantallas poco antes de la aprobación de la ley de medios en la asamblea nacional.
Y en medio de este panorama, ¿para què cosa exactamente ha servido el periodismo de medios comerciales en Venezuela (ya que el «periodismo» oficialista no pasa de ser vulgar propaganda del poder)?
¿Es satisfactoria la labor que hemos cumplido los periodistas en esta Venezuela de insospechados, desapercibidos y veloces desplazamientos culturales (parafraseando a Carlos Monsiváis)?
Yo pienso que nos ha hecho falta audacia y valentía para romper parte de ese monopolio de la opinión pública, que sigue en manos de las directivas de las plantas televisoras de combate antichavista.
Por esta razón no estoy de acuerdo con quienes desde el olimpo audiovisual hablan de “periodismo independiente”, como si tal cosa hubiese existido alguna vez en el circuito comunicacional de la televisión venezolana.
El primer error que cometieron los altos gerentes y directivos de las televisoras de combate político antichavista, fue el de confundir el concepto de «teleaudiencia» con el de «pueblo venezolano».
Más encima, la sumatoria de líderes emergentes con jefes y operadores audiovisuales arrojó el resultado nefasto de la telepolítica, distorsión que no permite el levantamiento de una genuina plataforma opositora.
Es aquí donde, a lo mejor, se encuentran las razones que expliquen la falta de conexión entre el universo de mensajes políticos de las televisoras y sus destinatarios en Venezuela. Mientras se piense en las personas como televidentes y no como ciudadanos, la oposición seguirá en franca desventaja frente a la estructura simbólica que se ha construido el proceso de Hugo Chávez Frías.
Hasta el día de hoy, el periodismo audiovisual identifica muy bien los desvaríos del militarismo y la esquizofrenia del poder político en Venezuela, pero no tiene la misma garra para sacudirse a sus propios ideólogos o tutores editoriales.
En un país con estado de emergencia sostenido, el verdadero «periodismo independiente» tiene que medirse por su propia pluralidad de voces, y no por el estrecho discurso de los editorialistas, jefes y comandantes de las salas de redacción. Sólo así se verán las distintas caras de esta compleja realidad llamada Venezuela.
Texto original de Noé Pernía.
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