Es así como al determinarse el gran fiasco que ha resultado la política gubernamental en materia de salud pública, se pensó que la responsabilidad del deterioro y abandono de los centros asistenciales públicos debía recaer sobre alguien; desde luego, no sobre los “insignes” revolucionarios; la mirada tenía que enfocarse hacia los “explotadores”…, esos oligarcas que especulan con los precios en las clínicas privadas.
Chávez, gracias a sus asesores, sabía que su proclama en contra de las clínicas iba a tener muy buena pegada en las distintas clases sociales; él sabe que la atención medica privada es muy costosa y todas las acciones que se hagan para reducir los precios, serían bien vistas por la gente. Por tal razón enfiló su artillería en contra de estos centros.
En lugar de comenzar con dotar, o mejor dicho, con poner a funcionar dignamente los hospitales públicos, esos que dependen directamente del Ministerio del Poder Popular para la Salud, prefirió atacar a los privados. Si los hospitales públicos funcionaran, los ciudadanos no tendrían por que acudir a las clínicas privadas.
Con el dinero que le ha ingresado al país durante este gobierno, no hay razón para que los hospitales públicos se encuentren en ruinas, con una ínfima fracción de ese dinero se han podido construir muchísimos centros hospitalarios con los mejores equipos médicos del mundo y con habitaciones cinco estrellas, es decir, quizá las clínicas privadas hubiesen tendido a desaparecer.
Los centros clínicos privados han proliferado y los existentes se han saturado, precisamente porque la política de salud del Estado ha fallado.
¿Por qué se acude a las clínicas? Por la pésima atención en los centros hospitalarios del Estado. Ningún familiar de un ministro o de un gobernador va a un hospital, ellos van a las clínicas (¡o se van a Miami!), porque saben que se les brindarán mejor asistencia.
Lo que me resta decir es que si este gobierno estatiza las clínicas, caerán en un foso más profundo al que cayeron los hospitales. Es decir, la revolución cumpliría otra de sus promesas, en Venezuela reinará la igualdad, en el sentido que no habrá atención médica para nadie, con la aclaratoria que las clases pudientes, o sea, los ministros, los gobernadores, los contratistas, y toda la burguesía bolivariana, tendrá suficientes recursos para realizarse sus chequeos médicos en el país del Tío Sam.
Exactamente igual ocurrió con la Ley contra el Acaparamiento. Los sectores populares, y los que no lo son, también ven a los dueños de los abastos como abusadores; y en consecuencia cuando el Presidente dice y mediante ley establece que: Dueño de supermercado que acapare para especular le cerrarán el negocio y lo llevarán a la cárcel, el soberano ingenuamente lo agradece.
El pueblo no analiza quién es el responsable del alza de los alimentos; lo que le interesa es que el salario le alcance para realizar sus compras, y si el gobierno le “aprieta las tuercas” a los especuladores, bien bueno, quien los manda a abusar.
¿Qué tapa el gobierno con esto? El gobierno sabe que en el país no hay suficiente producción para satisfacer la demanda interna, lo cual está evidenciado en la escasez que en estos últimos días hemos visto en los supermercados, por eso ataca al productor, al empresario, calificándolos de desestabilizadores, cuando la realidad es otra; el verdadero desestabilizador es el Presidente con lo que ha venido haciendo desde que se enquistó en Miraflores. Ha desestabilizado el bienestar económico del país, la seguridad jurídica, la institucionalidad, ¡todo lo ha desestabilizado!…, aquí ninguna institución pública funciona equilibradamente, todas están al acecho de su voluntad.
Escuchamos constantemente a los optimistas preguntarse: ¿hasta cuándo nos vamos a calar esto? Pero, por otra parte, hay voces que nos dicen: ¡nos fregamos! ese tipo está haciendo lo que le provoca y nadie le pondrá un freno. A estos últimos le tenemos que decir, que hay un refrán popular que dice: “el que sueña que se va a morir, aunque sea fiebre le da”. A los primeros le contestamos que me siento identificado con esa gran interrogante… ¿Hasta cuándo? todos los días nos las hacemos, no debemos perder la esperanza de vivir en democracia y por eso tenemos que suponer que algún día habrá un desenlace, pero cuando evaluamos su forma y las consecuencias, se acentúa nuestra preocupación.
Trataré de explicar de manera muy breve el motivo de la preocupación: La semana pasada, en un artículo publicado por la revista Zeta, leí lo siguiente: “del pánico a la violencia extrema hay milímetros que los separan”. Ahora bien, todavía el soberano, independientemente de sus preferencias políticas, no ha entrado en pánico colectivo, por ahora, con toda y la escasez que existe, vemos que la gente va a los supermercados y consigue mal que bien, productos para su alimentación diaria, pero si el gobierno no recorta sus mil millonarios regalos al exterior y no corrige su política agroalimentaria, estaríamos a las puertas de un estallido social. El pueblo entrará en pánico cuando, a pesar de tener dinero para comprar alimentos, no consiga nada en los abastos. Al principio quizás quemen las fábricas, los mataderos o los supermercados, al final, cuando no tengan nada más que incendiar, irán por quien utilizó las riquezas nacionales para regalárselo a otras naciones. Amor con hambre no dura, quien acostumbra a un pueblo a no trabajar y pretenda creer que a cuenta de la limosna éste le será siempre fiel, está muy equivocado. A Chávez se lo tragará el monstruo que maliciosamente moldeó.
Palabras de Pablo Aure.
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